Durante más de 45 años Werner Herzog ha realizado en sus –ya más de 60– películas una indagación sobre misterio de la vida humana. La tentativa ha implicado hacernos partícipes de una curiosidad insaciable, la mirada que viaja siempre más allá de lo que encuentra en sitios inhóspitos y majestuosos. Seres extraviados y visionarios desadaptados, aventureros excéntricos y románticos ecologistas locos que bordean el abismo, habitan los relatos de Herzog sobre la disolución del hombre en la naturaleza. Las imágenes de sus películas son recordatorios de la angustiante violencia de aquello que ambicionamos o soñamos. La pregunta que pareciera guiar los trabajos del cineasta alemán de 70 años es la pregunta sobre la belleza primigenia: la del alma humana que se expresa.